De
entre todas las aves, hay una que ha llamado mi atención:
Tiene
una risa estrepitosa que contagia a aquel que esté a su alrededor. Si la miras
a los ojos es inevitable que te sumerjas en un suave vacío y vas cayendo dormido cobijado
por un destello de luz.
Los
domingos se le puede encontrar en lo profundo del bosque coqueteándole a la
muerte. Le explica que aún no puede irse pues es maestra de un montón de almas
lozanas, ávidas de conocimiento y con poco control. La reina del inframundo queda embelesada por
la franqueza de su alada amiga, se acomoda su elegante traje sastre y no hace
más que agachar la cabeza para pedirle que le cuente un cuento, una historia
fallida de amor.
Al
terminar el relato, el ave toma sus
pinceles más bonitos y se encarga de pintar de negro el cielo cuando el sol ya
sucumbió.
Se
trata de mi cuervo favorito, a veces triste, a veces inquieto. Es tan bueno que
da posada en su hogar a otras aves desvalidas pero está agotado y ya no puede,
sólo quiere descansar. Mientras encuentra la solución, se alivia dibujando
autorretratos y personajes misteriosos del más allá.
Sí,
mi cuervo favorito, tan grandioso como siniestro. Me gusta admirarlo desde
lejos para no interrumpir su actividad pero él no sabe que siempre le pienso,
le respeto y si me permite acercarme le tomo entre mis manos y lo llevo junto a mi
corazón, con cada caricia a su brillante plumaje le digo lo mucho que lo cuido, lo mucho que le quiero.
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